Kelly Moran

Warp. Us

Kelly

Kelly Moran recuerda como si fuese ayer el momento en el que tuvo su gran revelación. Fue una agradable tarde del verano pasado, en un bosque cercano a la casa de Long Island en la que creció. “Estaba en cuclillas en medio del bosque, escuchando los sonidos del viento y los animales, y todos los ecos que me rodeaban”, recuerda Moran. “Me hice una pregunta. ¿Cómo podría hacer música que sonase tan natural, tan espontánea y sencilla?” En aquel momento, Moran había pasado gran parte de su carrera inmersa en la meticulosa práctica pedagógica de la composición moderna: un viaje que, por muy gratificante que fuese a nivel personal y creativo, había alcanzado un punto muerto. Su única forma de avanzar era contener su monólogo interior y atreverse a navegar más allá de sus propias fronteras. Así nació Ultraviolet, el debut de Moran en Warp Records.

En su nuevo álbum autoproducido, la continuación de Bloodroot, publicado el año pasado, Moran consigue una hazaña casi imposible: la aniquilación del estatus quo imponente, esotérico y ultra-académico de la música experimental, en nombre de la intuición pura y desatada de la alegría humana. “Al reexaminar mi proceso como artista, conseguí liberarme”, explica Moran. “Y así es como terminé haciendo canciones más desinhibidas y sin ataduras”. No se trataba de un esfuerzo compositivo, sino más bien un intento de crear mundos nuevos: “Pretendía crear paisajes sonoros con distintos sintetizadores y texturas electrónicas, que sonasen ensoñadores y exuberantes, pero también naturales”. Por este motivo, cada canción de Ultraviolet, de “Autowave” a “Radian”, tiene sus orígenes en la improvisación, y por eso son tan juguetonas y proteicas. Todas se compusieron y grabaron en casa de Moran.


Bloodroot

Bloodroot supuso enorme éxito de Moran, y también cimentó su prestigio en la comunidad avant-garde. El álbum, uno de los discos más experimentales de 2017, obtuvo críticas excelentes en medios como The New York Times, Rolling Stone y Pitchfork, y terminó bien situado en las listas de lo mejor del año de distintos géneros: música clásica, experimental, avant-garde y metal. Bloodroot impresionó tanto al reputado productor Daniel Lopatin (conocido principalmente como Oneohtrix Point Never), que añadió de inmediato a la pianista a su grupo en directo y la convirtió en la teclista de su gira global Age Of. Por si esto fuera poco, Moran también consiguió un patrocinio de Yamaha y una codiciada beca Van Lier de Roulette Intermedium en 2018, que le permitió desarrollar aún más sus intereses artísticos.

Este equilibrio omnipresente entre la precisión calculada y la libertad creativa es crucial en el arte de Moran: experimentar su música supone dejar a un lado géneros, cánones e incluso el sentido común. Bloodroot, el álbum con el que Moran debutó el año pasado, destacaba especialmente por sus logros con un “piano preparado”: un estilo experimental descubierto por John Cage que consiste en aporrear un piano de cola, transformando así un instrumento normalmente austero en una fuente de caprichosos caos.